La Península Ibérica es y ha sido un territorio que ofrece muchas ventajas, no solo económicas, sino también estratégicas; empezando desde su clima y terminando por su localización (a un lado el mar Mediterráneo y al otro el océano Atlántico). En un principio se encontraba habitada por pueblos que vivían de los productos obtenidos a través de la caza sobre todo, pero también de la agricultura y la pesca.
Entre los pueblos que estaban asentados en ese momento, debemos de destacar a los Tartessos, ya que eran el pueblo más numeroso y desarrollados en técnicas agrícolas y armamentísticas. Se encontraban asentados al sudoeste de la Península, es decir, en la actual Andalucía, en torno al río Guadalquivir. Fueron el primer pueblo en tener contacto con los Fenicios, pueblo navegante y comerciante que procedía del norte de África y buscaba zonas donde poder encontrar materiales disponibles para comerciar con ellos. De esta manera salían de Tiro para buscar zonas donde formar colonias. Llegaron a establecer una gran red de comercialización a lo largo de todo el mar Mediterráneo. Conocemos gracias a la fuentes clásicas el tipo de comercio que realizaban los Fenicios: comercio silencioso. Tras numerosos intentos, los Fenicios se establecieron por fin en la actual Cádiz, a la que le dieron nombre de Gadir.
Los Fenicios poco a poco se introducieron en la Península, donde realizaban trueques con los pueblos indígenas, sobre todo con los Tartessos; los cuales aprendieron muchas cosas de los estos colonizadores. Hoy en día conservamos algunas obras de Tartessos, que realizaron mediante el uso de las técnicas aprendidas de los Fenicios, como por ejemplo: Astarté (Diosa fenicia).
Los Fenicios poco a poco se introducieron en la Península, donde realizaban trueques con los pueblos indígenas, sobre todo con los Tartessos; los cuales aprendieron muchas cosas de los estos colonizadores. Hoy en día conservamos algunas obras de Tartessos, que realizaron mediante el uso de las técnicas aprendidas de los Fenicios, como por ejemplo: Astarté (Diosa fenicia).
En el siglo VI a.C. la Península fue tomada por los Cartaginenses que estaban empobrecidos y deteriorados tras la Primera Guerra Púnica contra los romanos. La Península Ibérica era una tierra llena de recursos, por lo que lucharon hasta establecerse en ella. Provocaron la desaparición de los Tartessos. Realizaron un tratado con Roma en el que se admitía la supremacía cartaginense al sur de la Península Ibérica, tomando como punto de referencia el Ebro. Con la llegada de Aníbal Barca al mando de los Cartaginenses, tras haber conquistado varias ciudades, el ejército cartaginés conquistó Sagunto (que tenía una mitad fiel a Cartago y otra mitad fiel a Roma) y Roma declaró la guerra al ejército cartaginés. Aníbal decidió entonces ir a Roma para conquistarla. Llevó a su ejército, constituido de soldados, jinetes y elefantes, a través de los Alpes, evitando así la ofensiva romana de Marsella. Cuando llegó a la Península Italiana ganó varias batallas como las del Trebia y Cannas. Cuando se encontraba en las puertas de Roma decidió fortificar sus tropas. Sin embargo, no recibió efectivos suficientes ni por parte de los escasos aliados de la Península Italiana, ni de parte de Cartago. Su hermano que se encontraba en Hispania decidió llevar a su ejército para unirlo con el de su hermano, pero fue derrotado cuando llegó a la Península Italiana. Aníbal se retiró a las montañas y los romanos conquistaron la Península Ibérica que estaba poco protegida. Cartago pidió la paz y le dio sus colonias a los romanos. Aún con el tratado de paz las incursiones a Cartago no pararon durante los cincuenta años que estuvo pagándole indemnizaciones a Roma. Cuando terminó de cumplir su parte del tratado Cartago procedió a disponer sus ejércitos contra las incursiones. Roma intentó empujar a Cartago a una guerra abierta con la puesta de condiciones abusivas. De esa manera comenzó la Tercera Guerra Púnica, que acabó la destrucción de Cartago.
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